Eran niños buenos


Yakov Liebermann siempre ha sido, para mí, la representación de una forma muy clara y sublime de justicia. Convertido en cazador de criminales de guerra nazis, tras la caída de Hitler en la segunda guerra mundial, y habiendo sufrido el dolor y la pérdida, no duda en hacer lo extremadamente correcto cuando se encuentra ante la disyuntiva ética de prevenir un potencial peligro a costa de la vida de 94 personas inocentes. Eso es grandeza.
 
Desafortunadamente, solo se trata de un personaje de literatura, creado por el escritor y dramaturgo estadounidense Ira Levin en 1976, como protagonista de la novela Los Niños del Brasil.
 
El debate sobre cortar de raíz la posibilidad de un problema futuro de manera violenta está siempre presente en la cotidianidad. Lo enfrentamos, por ejemplo, cuando hablamos a la ligera de instalar programas de esterilización forzada para personas de escasos recursos o en situación marginal. Lo traemos a la pista de baile al dar por sentado que un adolescente infractor de 14 años está condenado a convertirse en un mayor delincuente, al margen del tiempo que pase en un centro de rehabilitación (o, precisamente, debido a ello).
 
Este planteamiento, además de eugenésico, es clasista, pues implica asumir que la violencia siempre está vinculada a la pobreza, y sabemos muy bien que no es así.
 
Lo cierto es que ningún ser humano, aunque todo a su alrededor nos indique lo contrario, nace determinado a ser o hacer algo específico, bueno o malo.
 
La ciencia ha descartado hace mucho tiempo las teorías sobre las características físicas e innatas de los criminales, sostenidas por el médico y criminalista italiano Cesare Lombroso en 1870, y el prestigioso neurocientífico estadounidense James (Jim) Fallon ha señalado que los marcadores biológicos psicopáticos en el cerebro de una persona no determinan, por sí solos, sus acciones, sino que tiene gran importancia el entorno en que ha crecido.
 
A esto, habría que agregar la importante afirmación que Arielle Baskin-Sommers, profesora asistente de Psicología de la Universidad de Yale, hace el artículo The Conversation:
 
La realidad es significativamente más sutil y alentadora que las lúgubres historias en los medios de comunicación. Contrario a la mayoría de las interpretaciones, la psicopatía no es sinónimo de violencia. Es verdad que los individuos con psicopatía son más propensos a cometer crímenes violentos que los que no tienen ese desorden, pero el comportamiento violento no es un requerimiento para un diagnóstico de psicopatía.
 
Por último, resulta fundamental contemplar el análisis que James Waller, psicólogo social y catedrático estadounidense, realiza en su libro Becoming Evil: How Ordinary People Commit Genocide and Mass Killing (Convertirse en malvado: cómo la gente común comete genocidio y asesinatos masivos), donde propone, fundamentalmente, que cada uno de nosotros deberíamos reflexionar acerca de lo que seríamos capaces de llegar a hacer en determinadas circunstancias.
 
Y es que, si observamos a mayorías apoyando, de forma directa o indirecta, la ejecución de verdaderos crímenes contra la humanidad, no podríamos decir que cada una de aquellas personas tiene algún trastorno psicológico.
 
Pese a todo esto, tendemos a asumir como antihéroes solo a aquellos seres percibidos como ajenos a nosotros, "enfermos", sin dimensiones, sin humanidad, olvidando que es precisamente nuestra condición de seres humanos la que nos hace falibles.
 
En este sentido, inclinarse hacia el mal y provocar daño es también una característica humana, aunque termine convirtiendo a quien ejerce la agresión en una indiscutible amenaza que, por supuesto, necesita ser frenada, controlada o, incluso, anulada.
 
Pero es fundamental observar el proceso previo, para entender el fenómeno y no asumir que se trata de casos aislados, independientes del contexto que toda la sociedad comparte.
 
Los 94 niños mencionados en la novela con la que empecé este texto no eran malos y nada en la historia predice que alguno de ellos se convertirá en lo que científicos inescrupulosos querían conseguir: un nuevo líder supremacista y genocida.
 
Pero, si nos referimos a personajes que sí escogieron un camino oscuro, también podemos decir que Anakin Skywalker, a los 8 años, no era malo. O-Ren Ishii no era mala antes de la masacre de sus padres. Arthur Fleck no era malo cuando, de pequeño, su mamá lo molía a golpes. Eren Jaeger no se hizo malo al ver la terrible muerte de su madre y tampoco era malo a los 15, al unirse al ejército (sé muy bien que, en este caso específico, existe un supuesto factor determinante, la posesión del Titán de Ataque, pero eso podemos abordarlo en otra publicación).
 
Saltando peligrosamente a la realidad, me atrevo a afirmar: ni uno solo de los miembros de las maras centroamericanas, causantes de crímenes espeluznantes, eran malos a los 5 años, antes de tomar conciencia sobre su situación de calle y de que alguien mayor les hiciera adictos al pegamento y les enseñara a usar armas. Tampoco son malos los niños enrolados por guerrillas, narcotráfico, paramilitarismo, sectas extremistas. Ni siquiera podría decir que un pequeño carterista de 10 años, pese a que ya está distorsionando sus decisiones morales, sea una persona mala (mucho menos que vaya a serlo toda su vida).
 
Detrás de estos personajes, imaginarios y reales, hay circunstancias, condiciones de vida, decisiones políticas, necesidades básicas insatisfechas, abstenciones, injusticia, abandono del estado, negligencia de la familia, violencia, modelos de conducta negativos e, incluso, condicionamiento intencionado por parte de adultos.
 
Llega un momento en que cada persona es responsable de sus actos y de sus decisiones. Pero antes de la primera infracción, hay una historia.
 
No tengo intenciones de justificar a quienes cometen delitos. Por supuesto, los infractores, delincuentes y criminales merecen las amonestaciones y castigos legales correspondientes, como un esfuerzo mínimo por asegurar la justicia y el bienestar de la comunidad.
 
Pero una comunidad que, constantemente, produce infractores, delincuentes y criminales, y donde las normas no se cumplen a cabalidad debido a la corrupción, las conexiones y el compadrazgo, tiene un problema estructural muy serio, que no se va a resolver con mayor seguridad en las cárceles, ejecuciones extrajudiciales o leyes babilónicas.
 
Esto es un asunto de conciencia personal, colectiva y corresponsabilidad.
 
Angela Valverde Ortiz
Mamá Otaku 2023 🌸
 
---

Especificaciones necesarias (con spoilers):

En el caso de Jaeger, existe un supuesto factor determinante, la posesión del Titán de Ataque. A esto, es importante añadir que una situación violenta (sanguinaria) le hace cometer, a los 10 años, una terrible acción contra un grupo de secuestradores, que podría considerarse en defensa propia. 

Por su parte, Jack Curry, interpretado por el actor Jeremy Black en la adaptación cinematográfica de Los Niños del Brasil, consiente un asesinato teniendo 12 o 13 años, con la intención de salvar a una persona que consideraba confiable.

Las narraciones colocan a estos niños ante situaciones violentas y dramáticas, en las que se ven forzados a tomar posición, para proteger vidas. No obstante, el nivel de violencia con el que reaccionan debe ser analizado como una característica de sus personalidades (o la construcción de éstas, pues se trata de seres ficticios) y no como una generalidad.
 
---
 
Más información:
 
✅ TED Explorando la mente de un asesino, de Jim Fallon: https://bit.ly/3YPCM2v
✅ BBC News World ¿Los asesinos nacen o se hacen?: https://bit.ly/3QVQpLJ
✅ Psychopaths can feel emotions and can be treated – don’t believe what you see on crime shows: https://bit.ly/3qJkQdu
✅ James Waller. Becoming Evil. How ordinary people commit genocide and mass killing. Oxford University Press 200. Disponible en inglés en Amazon.
✅ Artículo: Cómo la gente normal se convierte en genocida, en el blog Evolución y Neurociencias, de psiquiatra y divulgador científico español (vasco) Pablo Malo: https://bit.ly/44oDCEN

Comentarios

Entradas populares